domingo, agosto 16, 2009

No hay luz sin sombras


POR: SAM KEEN
Doctor en filosofía de las religiones por la prestigiosa Universidad de Princeton y editor de la conocida revista Psychology Today durante 20 años, el norteamericano Sam Keen es un destacado autor en materia de espiritualidad, mitología y relaciones humanas, campos sobre los que también organiza talleres e imparte conferencias. Entre sus libros cabe destacar Aprende a volar, Su viaje mítico, Ser hombre, El lenguaje de las emociones, Amar y ser amado, Himnos a un dios desconocido y La vida apasionada.

· Lo primero que adviertes es que tu vida empieza a enmohecerse. Es el tedio. No estás desesperado, pero la rutina te tritura. El mismo empleo, la misma casa, el mismo matrimonio, la misma soledad... Algo tiene que suceder. Un cambio. Es el momento de asumir un riesgo. Si no lo haces, te hundirás en el hastío.
· Pero cuando pensamos en lo que es asumir riesgos, naturalmente surge la idea del peligro. Quizá lo que necesitas para sacudirte la tristeza es un salto en paracaídas o estar colgado sobre un precipicio. ¿Cuál es el atractivo de un peligro desnudo?
· El peligro rejuvenece. Lo amamos porque promete barrer todo lo que en nosotros es viejo y está agotado, porque nos purga de nuestro hastío y nos bautiza en una realidad nueva. Lo mismo que una droga psicodélica, limpia las puertas de la percepción, nos devuelve a la pureza primordial de los sentidos.
· Sin embargo, el peligro del peligro es que nos insensibiliza a los riesgos y placeres de la vida corriente. Incluso la más excitante de las vidas, pero con un único objetivo, es monótona si se la compara con las posibilidades polifónicas de la psique. Hay toda una sinfonia de riesgos y deleites por explorar, más sutiles que los sonidos de los címbalos y el tambor del peligro desnudo.
· Los exploradores del mundo interior siguen el consejo de Sócrates: «Conócete a ti mismo». Ellos se atreven a sentarse en silencio, más bien a ser que a hacer. Llevan a sus limites los sentimientos, la emoción y el compromiso con las relaciones. Es sólo el extravertido sin imaginación ni sentimientos el que desdeña los peligros de la senda interior.
· Descubre lo que quieres. Parece simple, ¿no es así? Pero no lo es. La revolución psicológica que comenzó con Freud se basó en el hallazgo de que gran parte de nuestras motivaciones son inconscientes. A menudo actuamos sin la menor conciencia de lo que nos impulsa. Es posible que uno sea el último en saber lo que realmente quiere.
· Para descubrir lo que quieres, retrocede a tus deseos. Libera tus fantasías y sueños, y deja vagar tu imaginación. Muchos deseos son fugaces. Pero nuestro querer más profundo está vinculado con las fantasías que perduran.
· Crea un argumento para cada una de las cosas que quieres, en el cual te sientas y veas en medio de una nueva situación. Alimenta tus fantasías más persistentes. Imagínate con un bebé. O como líder de una expedición arqueológica al Perú. Expláyate en los detalles. Descubrirás que cuando más fuerza imaginas un futuro deseado, más capaz serás de determinar lo que realmente quieres y no quieres.
· ¿Qué es lo que habrá? ¿Guerra, paz, bienestar, seguridad, justicia, excitación, placer, éxito, fe, poder, conocimiento, amor, creatividad, dinero, comunidad, individualidad? No pierdas el tiempo y apuesta tu vida.
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El presente texto ha sido extraído del libro El lenguaje de las emociones, publicado por Ediciones Paidós (Barcelona, 1994) y traducido por Jorge Piatigorsky